viernes, 18 de noviembre de 2022

EL CANDIL.---------------

 

Tenía papá antiguos utensilios guardados bajo llave; decía que debemos saber de dónde venimos, eso era fundamental para no olvidar jamás aquello que nos hizo crecer. Muchas tardes de sábado, cuando la somnolencia entraba en escena, solía escaparme a hurtadillas hacia la habitación donde guardaba sus reliquias. 
 

La que por encima de todas siempre me llamó poderosamente la atención, era el candil. Un candil de aceite con una pequeña mecha, casi diminuta, y un olor a aceite rancio que me trasladaba a aquellas historias que papá tantas veces relataba. Intentaba imaginar aquellas largas noches donde la curiosidad le mantenía despierto. Donde pocos libros eran leídos una y otra vez en aquellos lugares que se me antojaban inhóspitos. Donde el frío se instalaba en los largos inviernos. Cerraba los ojos, mientras acariciaba el candil, y podía sentir aquellas huellas de la infancia de papá. Ecos de su niñez perdida. Todos crecemos, empecé a rumiar, pero no todos tenemos las mismas oportunidades. Asomaron las tardes de cuentos alrededor de la chimenea, aquellos momentos donde papá terminaba repleto de lágrimas por su rostro, evocando vivencias con el candil. 
 
Era su objeto más preciado. Siempre le acompañaba. Pensé que todos tenemos algo a lo que nos aferramos cuando estamos tristes. Papá lo hacía con el candil, y el candil le ofrecía sueños por cumplir. Anochecía, por la ventana se vislumbraban estrellas. Apreté el candil con toda mi fuerza prometiéndome a mi misma que nunca olvidaría de dónde venía…
 
GUARDIAS RURALES

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