y
tendía la mesa bajo el emparrado, cerca de los jazmines, y alguien
encendía la lámpara y era un rumor de cubiertos y de platos en bandejas,
un charlar en la cocina (…)
La abuela había regado el jardín y el
huerto antes de que oscureciera y se sentía el olor de la tierra mojada,
de los ligustros ávidos, de la madreselva llena de translúcidas gotas
que multiplicaban la lámpara para un chico con ojos nacidos para ver
esas cosas…“, escribió Cortázar
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